Una intenta encontrar la coherencia en todo. Ser inflexible ante el acoso callejero, por ejemplo. Pero si te viera rodar, qué se yo, ponele que por el bosque, me vería avocada a ver mi coherencia tambalear como una cuchara sostenida por el mango con el meñique de la mano izquierda en La Esquina de La Pulmonía en plena helada tunjana. Y mirá que yo procuro cierta coherencia, sobre todo en lo que a cuerpos y cuidados se trata. Pero es que… sos tan pero tan bello que así, tranquilo el lago verde del bosque, ponele, te viera pasar en bici, tendría que mandar a las golondrinas todas para que te pispireen cosas al oído; a las hojas, señoras viejas que se desploman de los árboles, para que te manoseen las manos; a los dientes de león para que se instalen en la triangulatura de tu labio superior; al aire para que te acaricie la nariz y a las hormiguitas obreras para que te besen los pies. Perdiendo pues la coherencia en un suspiro sin mente, tomo impulso, inflo el pecho, me levanto de la tierra, me limpio la arena del culo, me sacudo el pasto de las patas y te grito ¡¿Para dónde vas?! ¡Ricor!
Piropos
