rugby

Por: Diana Carolina Alfonso

El tema #Rugbiers desató un repertorio de #punitivismos a procesar.
Durante los últimos años hemos venido desarrollando un proyecto de pedagogía descolonial en x penal de varones de La Plata. Nuestra inserción depende en gran medida de las organizaciones sociales que trabajan el pos-encierro, como episteme y praxis para disputar porvenir al interior de las cárceles. Con todo, no han sido pocas y acotadas las discusiones externas al proyecto -entre compañeras feministas- sobre el carácter violento del «patriarcado de los pobres», y más aún de aquellos que cumplen condena.
La discusión actual sobre los rugbiers sintetiza el entronque patriarcal de la élite argentina: varones ricos y blancos con poder de reificación. La práctica de esta masculinidad racista y clasista, no está, sin embargo, restringida a la historia del deporte en cuestión. Si revisamos la literatura del campo argentino, no nos va a sorprender el recurso fácil de «la china» abusada, asesinada o «preñada» por el patrón. La masculinidad del hombre blanco depende de su capacidad de dominio sobre el territorio (colonizar), espoliar al varón no blanco (colonizar) y abusar de «su mujer» (colonizar). Esta estructura de sentido, difundida desde la misma literatura clásica, pone en jaque la lectura clasista que parte por concebir a «la violencia» como un mero efecto de la pobreza.
La discusión sobre los rugbiers deja expuesto al dispositivo carcelario como lo que es: un aparato punitivo de clase y raza, al que concurren pocxs blancxs, menos escolarizadxs, y casi ningún ricx.
El qué hacer con los violentos pobres y con los violentos ricos es un tema crucial. Chequeando el debate podemos encontrar posturas que bordean el «punitivismo» en clave de lucha de clases, razas y géneros. Interesa entonces replantear el contenido estratégico de la sumisión colonialista en varios sentidos:
Como se dijo, la cárcel es un dispositivo de clase. Los blancos pobres que cumplen condena son, de todas formas, «negros» y las mujeres pobres, no importando su color, «negras malamadres». Así, la cárcel hace parte de los dispositivos de colonización del espacio, pues aísla los elementos que la colonialidad lee como peligrosos, o sea, gentes pobres y racializadxs.
Por otra parte, el lugar de la violencia de clase en los términos de la colonización descritos para el ejemplo de la literatura campera (territorio, subjetividad y cuerpo), desacraliza la uniformidad de la categoría «violencia patriarcal» y la dota de sentidos territoriales, de clase y raza. O sea que «la violencia patriarcal no es igual a sí misma». Por lo que el sistema de sanciones debe ser repensado desde la misma estructura colonial de sentido, en clave igualmente interseccional.
Contrario a la impunidad clasista y machista (es decir, a la solidaridad colonial) las organizaciones que trabajan el pos-encierro, surgen y crecen con compromisos propios de las solidaridades que se tejen en las periferias. La historia de las mujeres de la Rama Liberadxs (CTEP) es un ejemplo de la sanadora solidaridad interseccional.
En suma, la cárcel seguirá siendo un dispositivo de clase, con once rugbiers adentro o afuera.
Al abrigo de experiencias como las de las organizaciones sociales que hoy trabajan el pos-encierro, la pedagogía que de este caso se desprenda podrá abrir puertas y ventanas para descolonizar y disputar sentidos coloniales, incluso al interior del feminismo.